domingo, 30 de octubre de 2011

Lagrimas de Sangre

La puerta vuelve ha abrirse otra vez...... Y apareció un espejo.

De tanto fijarse su propia imagen había perdido todo significado. No lograba encontrarse en aquel reflejo, y mucho menos en el espejo resquebrajado por mil partes.
No había sido queriendo, pero al intentar recuperar el equipibrio tras un tropiezo lo había golpeado.
Empezó a tecoger los cristales del suelo, torpemente. Se cortó la palma de la mano, casi ni lo sintió. Cayó de rodillas con pesadez. Las lágrimas resbalaban por sus mejillas sin tregua, en silencio, como una lluvia cálida plagada de melancolía. Esas viejas palabras que se habían clavado tan profundamente en ella resurgieron de su alma como la lava de un volcán en erupción. abriendo la herida que tan desesperadamente quería mantener cerrada.
La sangre se mezcló con las lágrimas y las esperanzas muertas. Cada recuerdo se reflejó en cada uno de los pedazos del espejo. Cada "¿por qué?" no pronunciado, cada "Te quiero" sin respuesta aumentaron el llanto. Porque el amor había decidido no escucharla, dándole solo disculpas y rechazos mal elaborados.
Se arrastró hasta el botiquín mientras apretaba una toalla contra el corte. El blanco se tiñó de rojo mientras buscaba desesperadamente algo con que curarse. Se lavó el corte, se puso algo de agua oxigenada y algodón e intentó vendarse sola la mado. Resultado: un desastre. Pero al menos se lo había curado sola. Recogió el desastre del cuarto de baño y fue directa a por su movil, con paso lento. Marcó un número de telefono pero no hubo respuesta. Lo intentó tres veces mas. En la primera estaba apagado, el siguiente le colgó. A la tercera una voz femenina le cortó diciendo que estaba ocupada y no podía hablar.
Lanzó el movil sobre la cama con furia. Estaba cansada, muy cansada de todo Siempre el mismo cuento, la misma historia que nunca ocurre.

viernes, 29 de abril de 2011

El libro de la Náyade

Una pequeña luciérnaga se cuela tras la estantería llena de libros y descubre a una niña pequeña, de unos nueve o diez años, acurrucada con un libro entre los brazos. Al oír el susurro del batir de las alas del pequeño insecto, levanta la vista, dejando al descubierto unos ojos cristalinos como las aguas del río más puro. Una silueta se dibuja en la pared, junto a su sombra, y aparece un hombre con la cara oculta por un sombrero que se sienta sumiso a escuchar su historia. El aspecto oscuro del hombre contrasta con la piel clara de la niña, y el cabello cobrizo de ésta se mueve ligeramente cuando abre su libro, completamente en blanco, y comienza a hablar con una voz dulce y monótona, como si estuviera leyendo:

Había una vez un pueblecito situado en un valle entre dos colinas, atravesado por un riachuelo que abastecía a la escasa población que allí habitaba. Era tranquilo y apacible, y solo dos hechos eran dignos de ser recordados, ambos sucedidos en la misma noche, estrellada y sin luna.

El primero fue que, en sentido contrario al río, apareció caminando de la nada una niña de no más de nueve a diez años vestida con un camisón blanco, a quien las gentes del lugar, por carecer de nombre y aparentar formar parte del río con sus ojos cristalinos, llamaron cariñosamente Náyade, como a las ninfas de agua dulce. Por mucho que lo intentaron, las gentes del pueblo no consiguieron que la niña dijera ni una sola palabra en ningún idioma, pero parecía entenderles a la perfección cuando le hablaban. Fue acogida por un matrimonio de mediana edad sin hijos que siempre había deseado formar una familia.
El segundo fue otra aparición inesperada. Siguiendo por instinto el cauce del riachuelo, una sombra sin forma definida en la que solo se distinguían dos hileras de dientes afilados, se internó en el pueblecito dejando tras de sí un siniestro rastro de huellas plateadas.

En las noches siguientes unos extraños sucesos asolaron las casas de algunos vecinos. Oían ruidos, tenían pesadillas espantosas que no recordaban y de las que no podían despertar, y cuando lo hacían lo primero que veían eran dos hileras de dientes afilados que, al parpadear, desaparecían. A nadie se le ocurrió relacionar estos sucesos con la niña, y de haberlo hecho habrían errado, pero aquellas gentes no eran tan supersticiosas. Los pueblerinos no le dieron mayor importancia hasta que ocurrió: de la noche a la mañana, un niño pequeño desapareció. El pequeño no tenía más de cuatro años y era muy querido por todos en el pueblo, así que iniciaron en vano una partida de búsqueda. Después de varios días, hubo otra desaparición, esta vez de un anciano y a ésta le sucedieron otras, sin que los aldeanos pudieran hacer nada para evitarlo o para hallar a los desaparecidos, vivos o muertos, incluso aunque se turnaran para hacer guardias por las noches. Calificaron al extraño ser relacionado con éstas desapariciones como "bestia", la única forma que tenían de nombrarlo.

Sin embargo, preocupados por lo que le pudiera pasar a la pequeña Náyade, sus padres adoptivos seguían montando guardias nocturnas, hasta que una noche sucedió lo inevitable.
La niña vio en sus sueños cómo la bestia secuestraba silenciosamente a sus víctimas sin dejar rastro, y soñó que ésta, tras descubrir que la niña la observaba, se dirigía hacia ella intimidante, acechándola, hasta que saltó sobre ella y la envolvió la oscuridad. Despertó de golpe y vio dos hileras de dientes afilados que al parpadear desaparecieron, y acto seguido vio a sus padres adoptivos mirándola preocupados sentados en el borde de su cama.

Aunque doblaron los turnos de guardia, durante las noches siguientes la escena se siguió repitiendo en el cuarto de la pequeña. Una buena noche, al despertar de la pesadilla por sus propios medios, las hileras de dientes no desaparecieron al parpadear. La bestia estaba allí, mirándola, con la promesa en sus grandes y aterradores ojos negros de que se la llevaría tarde o temprano, devorando sus sueños, tal y como había hecho con tanta gente. Cuando la niña se giró para comprobar que sus padres dormían, la bestia se escabulló en silencio.

Por la mañana, preocupado por una palidez más evidente de lo normal, su padre adoptivo se la llevó desván y allí le dio un viejo y grueso libro polvoriento con una cubierta rústica en marrón y las amarillentas páginas en blanco. Le contó que con ese libro en sus manos, podía escribir su propia historia y cambiar el curso de los acontecimientos, solo necesitaba imaginación y valor para imaginar fuera cual fuera la situación. Náyade no se separó del libro en ningún momento, pero tampoco le dio uso alguno.
Esa misma noche, la niña tomó una decisión: en cuanto sus padres se durmieron agotados por las guardias, salió del calor del hogar y se dirigió al riachuelo. Allí, se sentó al borde, abrió su libro y fingió leer. Cuando levantó la vista, al otro lado del riachuelo, casi a dos metros de distancia de este, se encontraba la bestia, que se distinguía por ser más oscura que la misma noche. Se miraron en silencio unos instantes, hasta que la bestia tomó la iniciativa y se dirigió hacia ella hasta que se detuvo con las zarpas en el agua. Sonrió de forma maligna enseñando los afilados dientes y fue a dar el que debía ser el primer y último golpe. Pero la niña, preparada para ello, cerró los ojos y la envolvió la oscuridad cuando la bestia dio el zarpazo. Solo tenía unos segundos pero, ¿qué podía hacer para desterrar a la bestia? El libro seguía en blanco en sus manos. Con fuego no conseguiría ahuyentarlo, tampoco con objetos punzantes o con luz solar, pero...
En el libro empezaron a dibujarse palabras mientras la niña imaginaba y miraba a la bestia con autoridad y la seguridad del vencedor, como él hacía con ella. La niña pronunció una orden con una sola palabra y una voz sorprendentemente melodiosa la vez que firme: "Vete". La bestia rugió, casi fue como una carcajada, y mientras las palabras seguían llenando las hojas del libro. Cuando iba a dar el salto definitivo contra la niña aparentemente indefensa que tenía delante, una melodía envolvió por el exterior la oscuridad que los rodeaba, una melodía increíblemente bella que los oídos de la bestia no podían soportar. La niña siguió cantando sin decir palabra alguna, y la bestia rugía impotente de rabia, hasta que su forma empezó a adoptar otras sin ningún sentido, retorciéndose en el horror de su propia oscuridad. Náyade siguió cantando hasta que la bestia se consumió a sí misma, deshaciéndose como se había hecho: en pesadillas, que sin encontrar dueño alrededor, se evaporaron, llevándose a la bestia derrotada y muerta, y devolviendo la tranquilidad al pueblecito.

Al amanecer, los padres adoptivos encontraron a la pequeña dormida al lado del riachuelo abrazada al libro cerrado que volvía a estar en blanco. Cuando vieron el charco plateado que había al otro lado del riachuelo lo comprendieron: todo había acabado. Aunque, por más que lo intentaron, nunca consiguieron encontrar a los habitantes absorbidos por el horror de sus pesadillas.
La paz volvió al pueblecito que se recuperó poco a poco del miedo, y la melodía que volvía a repetirse cada vez que Náyade reía ayudó a ello. Pero los desaparecidos nunca regresaron.



Esta historia debía de haber sido escrita, según nuestra pequeña niña del armario, por uno de los muchos niños que nunca llegaron a hacerse mayores, esos que suelen ser ignorados por ser solo, como suelen decir, uno más de millones. Y por eso, como ella, cientos de millones de personajes siguen entrando en el armario sin cerradura y sin salida o escapatoria al olvido posibles.


(*)Dedicada a Susana García, por inspirar esta historia con las palabras más simples e inesperadas, como se inspiran la mayoría de las historias.

sábado, 31 de julio de 2010

Esperanzas

Cerró el libro de golpe. Un mechón de cabello castaño claro rozó su mejilla. Otra historia que acababa bien, como tantas otras. Dejó el libro en el estante y concentró sus pensamientos en otra cosa..... el encargo recibido aquella mañana estaba ya colocado en sus respectivos lugares......
La joven suspiró y miró a su alrededor. La pequeña librería le parecía demasiado grande ahora. El teléfono interrumpió sus pensamientos.

-Librería papiros, ¿diga?- contestó monótonamente, al otro lado, una mujer preguntó por su padre-Lo siento, pero no se encuentra en este momento. Soy su hija, ¿quiere que le diga algo?

Anotó en un post-it los datos de la mujer y el libro que quería, se despidió cordialmente y colgó.

Otra llamada, la misma rutina.

-librería papiros, digame- una voz conocida....una amiga- Lo siento, pero no puedo salir.

¿no puedes o no quieres? evadió la pregunta.

-De verdad, tengo muchas cosas que hacer.......Mis padres me encargaron ocuparme este fin de semana de la librería y........

"Se por que haces esto. Te aislas por lo ocurrido." chasqueó la lengua mentalmente. Malditas mejores amigas.......

-Te equivocas, solo estoy ocupada.

"solo quieres aislarte" Y una parafernalia sobre que el rechazo no es el fin del mundo fue lo siguiente que escuchó.
Y ella las creería...si no fuera porque todas las amigas que le daban esos discursitos estaban siempre muy bien acompañadas. colgó, dejándola con la palabra en la boca.

No todos tienen siempre su cuento de hadas y ella no iba a seguir esperando a que algo similar a un romance apareciera en su vida de aburrida universitaria. Ya había sufrido suficiente.
Para ella cupido había muerto hacía ya tiempo. Eso era un juramento en toda regla.

La campanillas de la puerta repiquetearon obligandole ha alzar la vista. Al ver a uno de los clientes habituales le sonrió cortesmente, sin reparar en el joven que le acompañaba.

-Ah, encanto, tu padre debería atarte, ¡cada dia estas mas bonita!-

-Le agradezco su falta de honestidad..... ¿que estilo de libro le apetecería leer ahora?- sabía la metódica que guíaba al caballero.

Cada semana iba, pedía consejo sobre un genero en concreto y se llevaba el libro que la joven le recomendaba. Solo se dejaba guiar por el criterio de la veinteañera, ni por el de sus padres, ni por el de sus tíos.

-Oh!, no es para mi.....Es para él........siempre son para él.....De momento tus recomendaciones siempre han acertado y esta vez se ha decidido a acompañarme.- Señaló al joven que le seguía de cerca.

Lo que llamó la atención de la chica no fue su evidente atractivo. Tampoco le llamó la atención los ojos azules, tan claros que parecían aguados, ni esa cazadora de cuero. Lo que realmente le llamó la atención fue el modo de mirar los libros que tenía. Como si fueran tesoros recién sacados de una cueva. Como si fueran las joyas de la corona.

-Ey, muchacho! ven y preséntate- el aludido se giró y la miró directamente a los ojos. Le sonrió. Ella, algo azorada, le devolvió la sonrisa.- Es mi sobrino....

Su tío dijo algo sobre la carrera que estudiaba, pero la joven no prestó atención.

El chico escuchó atentamente mientras ella le explicaba diversos argumentos de algunos libros interesantes. A veces él la interrumpía para dar su opinión o puntualizar alguna cosa. A menudo su tío intervenía, ya que se perdía con mucha frecuencia en las explicaciones de la joven.
Se fueron con varios libros bajo el brazo y ella se quedó con el malestar de un juramento de nuevo roto.

Media hora mas tarde reparó en un post-it que ella no había escrito, pues no era su letra.
En él solo había anotado un número de móvil y un nombre. Sonrió para sí misma, mientras se dirigía a la trastienda con su movil en una mano y el post-it en la otra.

viernes, 30 de julio de 2010

Los amantes de la cascada

Una chica con un gorro de nieve y muy abrigada que escuchaba la historia de la extraña Cenicienta se sobresalta al oír la palabra "cristal". Unos pocos personajes que estaban pegados a ella la miran con las mismas preguntas en la mente: "¿Quién eres? ¿Cuál es tu historia?". La joven se llevó una mano al pecho y la cerró en un puño. Con una voz clara y suave, comenzó a contar la vida que debería haberle dado una famosa escritora que olvidó el placer de los pequeños relatos tras sus dos últimas novelas de éxito...


En algún valle perdido en medio de alguna sierra apartada, una gruesa capa de nieve envuelve el paisaje dejándolo de un blanco liso, en el que apenas se distinguen dos o tres árboles desnudos y pequeñas partes inestables de las grises laderas de las montañas, donde no puede acumularse la nieve. Acercándonos un poco más podemos ver un pequeño bulto azul que tiembla en el centro del valle. Hace un movimiento brusco y de pronto aparece una chica muy abrigada. El bulto azul resulta ser su gorro, a juego con su bufanda. El resto de la ropa que la envuelve es de color negro, incluyendo los guantes de cuero y las botas altas hechas del mismo material. Pero todo ese abrigo no es suficiente para resguardarla del frío del duro invierno. Sabe que si no se mueve morirá congelada, pero está demasiado agotada para seguir y no conoce el camino de vuelta a casa. Tampoco quiere volver a casa. ¿Qué puede hacer? La chica se levanta trabajosamente, temblando, y camina un par de pasos antes de volver a caer rendida al suelo. Se sienta rodeando sus piernas con los brazos y oculta la cara apenas visible en el hueco que queda entre su torso y sus rodillas. Aunque quisiera volver no podría. Muy a su pesar, rememora la última escena que vivió en su hogar, siquiera para evitar sucumbir al peligroso sueño que el frío le provoca. Su padre enfurecido, a su lado su madre al borde de las lágrimas; su hermano mayor, su confidente, con el rostro impasible, evitando mirarla, observando cómo su perro labrador mira apaciblemente el fuego de la chimenea, como si quisiera permanecer fuera de la escena. Ella saliendo abrigo en mano y dando un portazo tras el que se oyó algo de porcelana estrellándose contra la puerta. Ella corriendo en dirección al bosque. Ella abandonando el bosque y dejando atrás la cascada. Su cascada. Ella perdiéndose en el bosque y dando vueltas sin sentido. Ella, siempre ella... Hasta ahora nunca había importado lo que hiciera, siempre la defendían. Pero aquello era distinto. Era “ir en contra de las normas”. Soltó una carcajada amarga y sonrió al recordar otros momentos más felices que le trajo el recuerdo de aquella frase. Él y ella encontrándose al lado de la cascada en el bosque tras haberse perdido. Él y ella presentándose. Él y ella hablando y riendo. Él regalándole una flor y diciendo que la amaba bajo la cascada. Ellos besándose bajo la misma cascada. Ellos jurándose amor eterno bajo su cascada. Él regalándole el colgante de cristal prometiendo que siempre estarían juntos. Ellos sorprendidos en la cascada por sus familias y segundos después por sus respectivos pueblos. Ellos siendo separados. Y finalmente, la discusión.
Se llevó una temblorosa mano al pecho, donde debajo del abrigo aún seguía el colgante en forma de lobo, quemándole y evitando que los latidos de su corazón cesaran. “Te protegerá”, había dicho él. Ahora que se sentía perdida, cada palabra y cada instante junto a él aparecían con más claridad que nunca en su mente, y parecían más que nunca un sueño muy lejano. Decidió que era hora de continuar con ese sueño, esta vez para siempre, y cerró los ojos lentamente. Pero apenas los había cerrado cuando oyó un cálido sonido detrás de ella que la asustó. Se dio la vuelta y allí estaba: un lobo gris, aullando al cielo y llamando a su manada. Ahora sí que estaba perdida. Los lobos ni siquiera esperarían a que el frío acabara con ella. Se quedó paralizada, observando al lobo con pánico y esperando ver aparecer a varios más detrás de él. Pero no sucedió nada. El animal se sentó en la nieve mirando a la chica, como esperando a que hiciese algo. Tras unos minutos, el lobo se puso en pie de nuevo y se acercó a ella sin dejar de observarla, mientras ésta temblaba aún más por el miedo, si es que eso era posible. Para sorpresa de la chica, el lobo agarró con los dientes la manga del abrigo que tenía libre y tiró de ella suavemente, pero con la suficiente fuerza como para ayudarla a levantarse. La joven respondió al gesto y se puso en pie con esfuerzo. Acto seguido, el lobo comenzó a caminar lentamente en sentido contrario al que había caminado antes la chica para llegar hasta donde estaba, y ésta; asombrada tanto por el comportamiento del lobo como del suyo propio; le siguió sin acercarse demasiado, aunque cada vez que caía de nuevo el animal esperaba hasta que podía ponerse en pie y entonces proseguía su camino. Cuando llegaron al bosque de nuevo, el trayecto fue más fácil ya que la chica podía apoyarse en los árboles y la nieve era menos espesa allí. Tras un largo rato caminando, el lobo se paró de repente, orientando las orejas hacia delante. La joven también se detuvo a unos metros de él y esperó, nerviosa. Unos segundos más tarde, su guía le echó un último vistazo mirándola a los ojos y sin previo aviso, se fue corriendo perdiéndose entre los árboles del bosque. “¡Eh, espera!”, trató de decir la chica, pero no pudo mover los labios debido al frío y no emitió sonido alguno. Pensando en que aquello había sido una pérdida de tiempo, desesperada, se dejó caer de rodillas en el suelo. Se sorprendió al notar que el suelo estaba más duro allí, donde se suponía que la nieve volvía a ser algo más espesa. Apartó la nieve del suelo con las manos y descubrió un suelo de hielo. Estaba sobre el río. Lo siguió arrastrando los pies para no perder el rastro del camino de hielo y buscando a tientas lo que sabía que encontraría tarde o temprano, hasta que por fin sus manos chocaron con algo tan duro como el camino que pisaba. Sonrió llena de felicidad y renovadas esperanzas y trató de rodear la cascada congelada para buscar el hueco que había tras ella, pero temblaba demasiado para tantear bien con las manos. Apenas había dado un par de pasos nerviosos cuando una mano cubierta con un guante de cuero marrón agarró la suya y la arrastró hacia el hueco que buscaba. En la seguridad de su escondite, pudo ver con claridad el rostro que no había desaparecido de su mente desde que le habían separado de él, y cuando fue a besarlo, de nuevo la mano de guante marrón la detuvo y le señaló la pared interior de la cascada congelada. Grabado en el hielo con algo afilado, tal vez un cuchillo o una navaja, había un corazón rodeando las iniciales de ambos y una flecha atravesándolo. Debajo, una inscripción: “Ni las frías guerras ni el duro invierno, podrán congelar el amor eterno ni los ardientes corazones de los lobos.”
Tras leer esa frase, los amantes pudieron volver a besarse y estar juntos al fin, y esta vez, nadie volvió a separarlos, pues huyeron a un pueblecito que se encontraba unos kilómetros más al norte, neutral y pacífico que convivía tranquilamente con las manadas de lobos que lo protegían, donde fueron bien recibidos y donde vivieron felices hasta el fin de sus días.


Tal vez penséis que es un final demasiado feliz e irreal, pero escasean en la realidad y la lectura es para evadirse de ella, ¿no?

jueves, 29 de julio de 2010

Zapatos de cristal en polvo

Al lado del niño, una particular cenicienta comienza la historia que todos conocemos por la escena de las doce en punto..........

Y aquella idílica historia de amor acabó cuando los zapatos de tacón
salieron volando por los aires y rebotaron,
quedando reducidos a polvo de cristal al impactar estruendosamente
contra el suelo.


Así fue como cenicienta huyó en la moto de un heavy encuerado
mientras que el príncipe azul era ingresado en la UVI con una
conmoción cerebral.


Definitivamente los cuentos de hadas nunca fueron como nos los contaron.....

martes, 27 de julio de 2010

El niño de ojos de luna

Entre todos estos personajes, muchos pasan desapercibidos al lado de otros compañeros más extravagantes. Uno de ellos es un niño, el cual no destacaría de otros que se encontraban más al fondo si no fuera por sus enormes ojos grises. Suspirando, comienza a narrar su historia para quien quiera escucharla, una historia que debió haber inventado un hombre que murió demasiado joven para darle vida...


Imagina que a través de tu ventana puedes ver un bosque. Ese bosque tiene un río. Es de noche y se pueden ver claramente las estrellas y la luna llena que se reflejan en él, curiosamente más tranquilo de lo habitual. Alejándonos unos metros del río podemos ver una casita de madera que pertenece a un guardabosques, el cual está siendo testigo del que será el día más feliz y el más triste de su vida. Su mujer está de parto y el médico no llegará a tiempo, sólo puede rezar para que todo salga bien. Pero no es tonto, y sabe que su mujer está demasiado débil para soportar la noche entera sin los cuidados precisos del profesional. Sin embargo, sus oraciones son escuchadas y pronto tiene a su hijo en brazos, justo en el momento en que su mujer deja de respirar. Sólo el llanto del bebé consigue apartar la mirada del viudo de su esposa. Sabe lo que tiene que hacer, así que lleva con cuidado al pequeño hacia el río y lo limpia en el agua cristalina para evitar que enferme. Al cubrirlo con una toalla limpia, el bebé abre los ojos y el padre se queda asombrado, pues parece que la luna haya dejado de reflejarse en el río para hacerlo en los ojos de su hijo, de un color gris tan brillante y vivo como el de la luna llena que los vigilaba esa noche.

El guardabosques vive durante ocho años pendiente de los cuidados de su hijo y de su educación, pero en cuanto este puede valerse por sí mismo, al no necesitar estar vigilándolo tan de cerca, sucumbe a la pena que había estado intentando mantener a raya desde el momento del nacimiento del bebé. No tarda más de unas semanas en morir. El niño, solo, siente que ese ya no es su hogar y decide irse al bosque, donde su padre le enseñó todo lo que sabía, convirtiéndose por herencia en el nuevo guardabosques...

"¿Y ahí acaba la historia?", os preguntaréis. No, sería demasiado cruel dejar a nuestro protagonista solo... o casi solo, ¿no creéis?. Durante unos meses, la luna fue su única compañera por las noches, y cuando estaba llena, le guiaba de vuelta al río donde nació para poder encontrarse con su reflejo en los ojos del niño. Una de esas noches, caminaban junto al río cuando el pequeño oyó un llanto suave y tímido, que siguió guiado por su fiel compañera hasta que dio con un claro en el bosque que ya conocía. A los pies de un árbol, una niña con una melena ondulada de color castaño, lloraba desconsolada. El niño, que nunca en su vida había visto a nadie más que a su padre y las fotografías de su madre, se acercó con cautela a la niña y le tocó el hombro con precaución. La pequeña se sobresaltó e intentó levantarse para huir, pero su tobillo lesionado le impidió ponerse en pie y siguió en el suelo llorando sin apartar los ojos del niño. Como si de un animal herido se tratase, el joven guardabosques la tranquilizó susurrándole palabras de consuelo mientras la curaba y le vendaba el tobillo para que pudiera caminar.

Una vez libre del dolor, la niña dejó de llorar mostrando unos enrojecidos ojos verdes azulados y le dedicó una tímida sonrisa de gratitud a su salvador. Justo en ese momento, la luna llena lanzó su hechizo e hizo que la sonrisa de la pequeña se fundiera con los ojos del niño haciendo que quedaran unidos para siempre. La niña se incorporó y le dio un beso en la mejilla al jovencito mientras él le tomaba la mano y, siguiendo a la luna, la guiaba hacia el río, junto al que había un sendero que le permitiría volver a casa. Así se lo indicó el niño de ojos plateados a su compañera, que se despidió con otro tímido beso que hizo sonrojarse a nuestro pequeño guardabosques, el cual se quedó observándola mientras se alejaba en dirección a la linde del bosque. Ambos siguieron iluminados por la luna llena hasta que ésta perdió su brillo para dejar paso a un impaciente y cálido sol.


No sería la última vez que se vieran ni su único encuentro bajo la luna llena. Pero esa es otra historia, y sus protagonistas, otros personajes.


lunes, 26 de julio de 2010

La puerta del armario

Todos conocemos los cuentos y relatos populares que alguien alguna vez inventó y narró a sus conocidos, y que aquellos se encargaron de mantener vivos hasta que llegaron a nosotros ya sea por nuestros seres queridos o por medio de la lectura. Seguro que con sólo mencionar el nombre, os viene la historia que os contaron palabra por palabra a la memoria: Blancanieves comiéndose la manzana envenenada, los tres cerditos huyendo del lobo, al igual que Pedro tras mentir a sus vecinos tantas veces que la verdad resultó imposible de creer,...
Todos esos cuentos ahora se encuentran escritos, almacenados en diversos lugares, tal vez ya olvidados (en una estantería, debajo de la cama, en una caja polvorienta...), y aun así todos, absolutamente todos las conocemos y podemos recitarlas punto por punto sin temor a equivocarnos. Pero, al igual que todos esos personajes cobraron vida, ¿qué fue de todos aquellos que no tuvieron tiempo de ser inventados? ¿Se quedaron perdidos en la nada eterna?, ¿o pasaron a un segundo plano sin ningún tipo de protagonismo en otras historias más conocidas? ¿Tal vez siguen ahí esperando a que alguien les dé la vida que nunca tuvieron oportunidad de vivir? ¿Y si algunos están ocultos para que no los descubramos por temor a sus propias aventuras o porque creen haber perdido su propia historia? Y si están escondidos... ¿dónde están? Puede que, al igual que la mayoría de los objetos extraviados, acaben en el lugar más insospechado. Imaginaos un armario. Pero no un armario cualquiera, sino un armario sin fondo, oscuro, con cientos de estanterías a ambos lados, donde se apiñan cientos de personajes tratando de acercarse a la puerta, una puerta enorme y negra que deja pasar una fina línea de luz y que sólo se abre para dejar paso a más personajes olvidados que empujan hacia atrás a los que ya están dentro, alejándolos cada vez más del hilo de luz y de su esperanza de cobrar vida. Y sólo algunos pocos afortunados, tras morir el autor que debía de haber narrado sus aventuras, consiguen salir gracias a alguien que a partir de pequeños retazos ha conseguido adivinar la historia de estos personajes y abrir la puerta del armario para dejarles paso.
Pero, ¡pobres infelices los que quedan atrapados para siempre en el armario! Los del final asumen que ya no podrán existir mientras los de en medio siguen luchando en vano por acercarse a la puerta, la cual ya ni siquiera pueden vislumbrar a lo lejos. ¿Qué habrá sido de ellos? ¿Cuáles serán sus historias? Algunos se las cuentan entre ellos resignados a que nadie aparte de ellos mismos podrá conocer su historia.